martes, 10 de agosto de 2010

...de vuelta

De vuelta a la realidad


Siempre me ha sido más difícil escribir sobre la felicidad que la tristeza, de hecho es que en poquísimas ocasiones la alegría ha creado en mí la necesidad de hacerlo…

Supongo que no soy especial ni un caso aislado, sino que es un mal de nuestro tiempo, un tiempo que vende a raudales píldoras como panacea de la propia dicha que ansiamos encontrar cada día.


Aplicando psicología como remedio a ello, (volvamos a los remedios) debemos tomarnos la búsqueda de la felicidad como un largo camino en el cual el propio paso y recorrido es el producto final, aplicarnos esas frases hechas de “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”, o “la salud es lo más importante”, etc… Por no recordar a nuestros abuelos, los eternos anclajes al mundo terrenal para nuestros etéreos cocos, recordándonos aquellas épocas en las cuales estrenar zapatos era un acontecimiento en un largo periodo de su niñez o juventud, no solo cuestión de cambio de temporada.


¿Será cierto aquello del “pobre niño rico”? Posiblemente, muy posible.


Nos han vendido que aquello es mejor que eso otro anterior, nos han lavado el cerebro con aquello de ”renovarse o morir”, han manipulado nuestras propias aptitudes ante la vida… Como dice Gramsci “el pesimismo es asunto de la inteligencia y el optimismo, de la voluntad”, como agnóstica creo en el ser humano por encima de todas las cosas y en su propias capacidades, por supuesto creo en su inteligencia como máxima, pero también amo su humanidad y sus defectos, y en sus defectos muy a menudo reside la voluntad o mejor dicho la falta de ella…


¿Podría ser que a veces es nuestra propia voluntad la que nos hace ser seres infelices? (Salvando siempre las distancias, contemos con que hay hechos y desgracias en la vida que están fuera de todo control humano y son verdaderas fuentes de infelicidad) ¿Podría ser que creamos en nuestra voluntad defectuosa una aptitud autocompadeciente y egoísta? Si reflexiono un poco he de reconocer que no solo soy consciente de mis problemas cuando hablo sobre ellos, sino que también lo soy cuando los comparo al escuchar los ajenos, y son de nuevo los míos propios los que salen a la superficie para igualarse o superar a los de mi interlocutor, no creo que solo me ocurra a mí, sino que eso se llama conexión y ese hecho es necesario para que ambas personas forjen una relación común, pero ¿qué me decís de la frase “si juntamos tu soledad y la mía, qué obtenemos dos soledades o la ausencia de ella?” y reflexiono: cuando encontramos otra soledad, otra desgracia, otra voluntad defectuosa ¿somos conscientes de la dicha que puede suponer ese hecho, o somos conscientes de lo pasajero y caduco que es ese sentimiento confortable? ¿Es la amistad / amor como un helado recién abierto? ¿Hemos de seguir emocionándonos ante ese hecho incluso teniendo grabados a fuego las experiencias anteriores que nos demuestran que se aproxima a la ilusión y lo transitorio finalmente?... Entonces en definitiva ¿Con qué nos encontramos con dos soledades acompañadas? ¿Con dos soledades que compartirán un camino más o menos corto?


La felicidad tiene un aura demasiado inquebrantable y luminosa, incluso engañosa, y no digo que sea el propio concepto de la felicidad quien lo tenga, sino la visión de la supuesta felicidad que nos han vendido y que difícilmente a ese nivel lleguemos a conseguir.


Con esta reflexión y “de vuelta a la realidad” hoy me encuentro en que a veces hay que asesinar a la inteligencia para obtener algo de voluntad y luchar por la felicidad, o en muchas ocasiones hacer un simple pero difícil esfuerzo en ser más tolerantes, empezando con uno mismo. Y sí, la felicidad se encuentra en el camino, y en el camino cambia el paisaje, las piedras, unas veces hay agua, otras sequía, unas veces encuentras caminantes y otras veces te tocará acampar a su ladera a solas…


Como el muy sabio refranero popular dice, y como manchega que soy, añadiré para terminar aquello de: “Mañana será otro día”.

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